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#Reseña: Zen · Raquel de la Morena y Pedro Estrada

Recuerdo que recibí el libro tres semanas antes del confinamiento. Y también recuerdo que todavía tenía otra lectura abierta cuando vi su portada entre mis manos. Pero con toda la realidad circundante en las últimas semanas, Zen se ha convertido en un pequeño refugio.

El hecho de que estuviera firmado por Raquel de la Morena fue el principal aliciente. Para qué negarlo. Después de haber leído El corazón de la Banshee y ¿Quién diablos eres? sabía que esta novela era caballo ganador. Bien es cierto que la obra la ha escrito a cuatro manos con Pedro Estrada y mi cuenta pendiente es adentrarme con alguna de sus obras. La tentación de leer La maldición de Trefoil House crece a pasos agigantados. Pedro, llegará, lo prometo.

Pero en este caso no necesité siquiera leer la sinopsis del libro para, directamente, llamar al librero de mi barrio y saber cuánto tardaría en tenerlo (sí, potenciando el pequeño comercio y más en estos momentos en los que todos debemos arrimar el hombro con el sector literario y editorial).

Así que, en mitad de toda la distopía existencial que tenemos entre manos, este fue uno de los últimos libros que adquirí en papel. Curioso el hecho que estoy experimentando en este tiempo de confinamiento en que he incrementado la compra en digital. Aunque siendo sinceras, el papel siempre tiene ese plus que hace meterte más en la historia.

Por ello también Zen ha llegado en un momento muy curioso. Cada vez tengo la firme convicción de que los libros vienen a nosotros en función de nuestro estado anímico, del punto vital en el que nos encontramos o cómo percibimos la vida para sacarnos de esos escenarios y ubicarnos en otros completamente distintos. Es la necesidad literaria de que un solo mundo no vale.

Así que la obra fue una perita en dulce. Combinó y me ayudó mucho en dos facetas. La literaria y devoradora de libros y la docente. Esta última me ha permitido encontrar una novela young adult mientras pensaba en mis alumnos. Sí. Los docentes también traemos a nuestra mente a los chicos y chicas con los que pasamos muchas horas al día. Más ahora que estamos separados. Y se aparecían porque supe desde el primer momento que la novela era un perfecto aliciente para acercar a aquellos “agnósticos literarios” que solemos tener entre los adolescentes y jóvenes y convencerles de que este libro merece la pena.

Y como siempre me gusta destripar las novelas desde una perspectiva distinta, a esta quise acercarme con una gabardina y un deerstalker y ubicar un pequeño tablero del Cluedo propio de principios de siglo XX.

“Fue el señor Wilkinson, en la sala de lectura y con el candelabro”. Eso o las figuritas de Los diez negritos de Agatha Christie como obra cumbre del misterio los que se agolpan en primera instancia en la cabeza del lector.

La llegada de Yin Zheng a la versión francesa de Élite para cursar el último año en este prestigioso liceo no es más que la tapadera de la investigación de la muerte, en extrañas circunstancias, de una alumna del mismo. El asesino (¿o asesina?) anda suelto por los pasillos y parajes idílicos del Montfort campando a sus anchas.


Hasta aquí todo podría seguir los derroteros propios de una novela negra o policiaca. Ahora bien, el punto paranormal es el que da un mayor empaque al planteamiento de la obra. La aparición de los devas, demonios con aspectos humano que siembran en las personas sentimientos negativos como los celos o la ira para después alimentarse de ellas, es una vuelta de tuerca a un género que suele tener unos ingredientes bastante marcados.

Muchas obras de este género, focalizando especialmente en una grande como Christie, se construían desde la visión del asesino. Un prisma que permitía ubicarlo en el anonimato mientras jugueteaba con el lector y con los demás personajes. Y aquí, Raquel y Pedro han sabido jugar muy bien con las fichas de nuestro tablero para ir dejando algunas miguitas de pan pero dejarnos con la miel en los labios.

El elenco de posibles sospechosos nos convierte a nosotros mismos, los lectores que nos adentramos en la novela, en seres desconfiados por naturaleza que acompañan a Zen en toda su investigación. No nos creemos ni al vecino. Y eso es un punto importante dentro del género.

De la misma manera hay una fórmula subyacente que ha captado soberanamente mi atención. La conjugación de los devas con el estilo de novela policiaca. El hecho de que estas criaturas indeseadas (perdón por mi paralelismo pero en mi mente se configuraban como los dementores de Harry Potter) se alimenten de emociones abría un campo psicológico que el lector/a debía hilar muy bien. No basta con pensar que un sospechoso lo es por una actitud o por un hecho concreto. Aquí, además de esta premisa, se debe hacer una doble lectura de los celos, el miedo o la ira que se genera o bulle en los distintos personajes. Es decir, el mundo interior de las emociones salta a la luz y teje un mundo psicológico que a mí me ha cautivado. Especialmente cuando la trama parece estar resuelta y da un giro de 180º que descoloca por completo al amigo lector/a.


Todo este proceso se comparte con Zen y uno se convierte en el pequeño Watson de esta Sherlock oriental. El ejercicio de análisis, conocimiento y descarte que juega cada uno se combina con otro género latente en la obra: el romántico.

Las edades y vidas de los personajes dan un juego maravilloso para conocer los amores y desamores, los celos, las infidelidades y las borracheras con resaca incluida del día siguiente. El juego encapsulado de niños con alto poder adquisitivo que buscan romper las normas establecidas.

Y aunque aquí la trama principal entre Zen y Alain sea al principio distante (por favor, ¡es que este chico tan misterioso y maravilloso puede ser también un deva!) se va consolidando de nuevo con los detalles que se aprecian pero no se terminan de decir. El escepticismo original de ella y el hermetismo absoluto de él tienen un denominador común y son los devas. No diré más para no hacer spoiler alguno pero el gusto y el amor adolescente se abre camino de una forma fabulosa. A esta pareja también le acompañan el resto de personajes y sus dimes y diretes propios del “tía, es que este tío es tonto y no me pide salir”.


Jergas teenagers aparte, los vínculos y las emociones vividas tan intensamente en estas edades vuelven a nublar al posible asesino. Confluencia de géneros y pinceladas para crear un constructo nuevo que resulta muy atractivo.


Ahora bien, su hubiera que destacar un personaje entre todos ellos, además de Zen y Alain, me quedo con dos. Una es la figura de Chandra, la madre de la protagonista y la otra es la personalidad de Katia. ¿Alguien ha pensado en un spin off para esta muchacha?.

Respecto a la primera, lo que parece una cara de la moneda al final resulta ser todo lo contrario. Es ese ángel de la guarda que hace un sacrificio muy importante por su hija. Agradezco infinitamente ese epílogo tan sentido. No soy muy de tener estos últimos coletazos en las novelas pero en este caso era necesario. El personaje se merecía un encuentro así y las palabras que se prodigan al final son, sencillamente, maravillosas. Gracias por permitirnos tener esa intimidad y ese sentir tan necesario para el personaje. Se lo debía.

En el caso de Katia la imaginación acompaña a esa amiga loca de las pelis americanas que parece tener poca cordura al principio pero que finalmente se erige como ese secundario fundamental para dar potencialidad a la trama. Sus giros y expresiones lingüísticas, bien adaptadas y definidas para su personaje, la hacen única respecto a los demás. Su historia, por cierto, tiene una lectura más profunda. Por supuesto que ella es de las populares del liceo (cual trío de Chicas malas) pero su relación personal con Rudy, su forma de afrontar y aceptar las cosas, la cubren de ese halo agradable y cómplice.

En cuanto a su estructura, la obra tiene un momento de crecimiento con toda la investigación y pesquisas que realiza Zen. Es necesario conocer a los personajes, clasificarlos en la peligrosidad que tienen como posibles sospechosos e ir desarrollando sus arcos argumentales.

Ahora bien, el momento locura máxima se produce cuando el lector/a, ya tranquilo porque cree haber resuelto el crimen, se topa con unos giros de “agárrate y no te menees”. En ese momento, la sucesión de los hechos, la avidez de los mismos y la mezcla y conexiones de subtramas que se habían ido dando en los capítulos previos sube como la gaseosa.

Son de esas ocasiones en las que la cabeza del lector va más rápido que la posibilidad de leer y se atropellan de manera irrefrenable. Quizá aquí la palabra más acorde se la de trepidante. Totalmente.

Agradezco profundamente una obra como esta: atrevida, interesante, híbrida de género y con un ritmo narrativo que engancha a quien decide sumergirse en ella. Por supuesto que intentaremos que caiga en manos adolescentes para las lecturas de mi centro. No dudéis de ello. Su agilidad, frescura y empatía con el mundo joven son alicientes que la hacen sumamente atractiva.

Discúlpenme, pero como profesora que soy ya les digo a ustedes que de este libro sale una breakout (o lo que viene siendo, una escape room educativa) con unos tintes de novela negra para chuparse los dedos.

No desesperen. Llegará. Quizá el fragor estival sea el propicio para darle forma, cobertura y pedagogía. Pero está en rampa de salida.


Solo quedaría cerrar la reseña con una pequeña canción de Zaz, pero como también sé que no es santo de devoción para estos jóvenes del Montfort me quedo con otra más clásica. Grande Edith Piaf y su vida en rosa. Que buena falta nos hace en estos momentos.


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