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Hogmanay: de avellanitas y nueces.

El vuelo que debía partir de Edimburgo a las 17:20 se había retrasado. No es que tuviera especial interés en aterrizar en Madrid después de haber salido de allí hacía dos años, pero las responsabilidades profesionales dilapidaban mis principios más íntimos. Y eso, en aquellos momentos de mi vida, era innegociable.


Las nuevas propuestas tecnológicas de una pequeña startup escocesa a la que me había sumado focalizaban toda mi atención y ahora llegaba el momento de fidelizar partnerts lo suficientemente potentes como para dar cobertura a alguno de nuestros proyectos.


Que mi vida en Madrid hubiera terminado un mes después del fallecimiento de mi padre había sido una decisión personal. Que la vida de mi padre hubiera terminado aquel 29 de diciembre de 2016, no.


Así que mientras todos mis pensamientos se difuminaban en las distintas tiendas del duty free, la figura de mi hermana asaltó mi mente. ¿Sería bueno decirle que volvía a Madrid dos años después de aquel fatídico acontecimiento? ¿Qué pensaría ella que, después de haberme insistido tanto por recuperar parte de mi vida anterior, había tirado la toalla conmigo?


Pasados unos minutos salí de aquel aletargamiento personal y me dirigí a una pequeña tienda donde el azúcar reinaba en forma de gominolas, caramelos y bebidas gaseosas. Algo llamó mi atención. Había unas pequeñas bolsitas de frutos secos. Me detuve en seco y, casi instintivamente, cogí un pequeño paquete de avellanas y otro de nueces. Me vendrían bien para el viaje.


La llamada para el vuelo no tardó en producirse y mientras un gentío empezaba a llenar el avión decidí actuar como una buena hermana y le envié un mensaje de audio:


-Hola, Luisa. Voy para Madrid. La empresa me manda a cerrar algunos acuerdos con posibles empresas y han pensado que podría cubrir este proyecto. No estaré más que un día y medio y espero volver a Edimburgo para recibir el año. Ya sabes, el Hogmanay que dicen los escoceses. No sé si podré verte por la agenda tan apretada que tengo…-no lo cerré. Dudé mientras miraba cómo los segundos avanzaban. Enviado.


En esos momentos la tripulación comenzaba a revisar que todo estuviera en orden para proceder al despegue. Me mordí el labio inferior en un intento de decidir si enviar un segundo audio o dejarlo estar.


Mi pulgar me delató:


-Espero que todo vaya bien y que los niños estén disfrutando de sus Navidades. Te quiero. Un beso- las últimas cuatro palabras me titubearon.


Acto seguido puse el modo avión y cogí una revista. No quería saber la repercusión que tendrían mis audios o, sin tan siquiera, serían escuchados.


Decidí dar rienda suelta a mis pequeñas avellanas y nueces. El primer mordisco me transportó directamente a la mesa de Nochebuena. Aquel encuentro con mis padres, abuelos y con mi hermana Luisa.


Una segunda nuez se acercó a mi boca. Mientras seguía ensimismada en aquellas instantáneas que hacía dos años había mandado al mayor ostracismo la dejé reposar en mi labio inferior en una tentativa dicotómica de meterla en la boca. Pero caí.


La instantánea fue de nuevo mi padre en esas fechas navideñas. Cómo se afanaba desde la tarde en ir preparando la comida y que estuviera lista para todos sus invitados. También se entretenía en cascar algunas nueces para colocar un pequeño cuenco de frutos secos. Era entonces cuando él y yo, sin mediar palabra, nos lo decíamos todo. Era el sentimiento de pertenencia y protección hacia mi padre. Y por qué no, también de admiración. El mundo, de nuevo, estaba en perfecta sintonía.


Una pequeña lágrima hizo entonces su aparición y se dispuso a corretear por mi mejilla. Me revolví en mi asiento con la firme intención de no volver a comer frutos secos en ese viaje y releer un artículo sobre el Hogmanay escocés.


Una tradición llamó mi atención. La conocida como first footing. Contaba que quien fuera el primero en entrar en una casa tras la medianoche del día 31 determinaría la suerte de sus habitantes para todo el año. No sería mi caso.


-Yo no lo achaco solamente a la puerta de casa-una voz masculina me sacó de mi lectura- creo que es más bien cualquier persona que está en tu vida y que aparece cuando es necesario-sentenció.


Me giré suavemente y vi a mi compañero de asiento con la misma revista.


Asentí a modo de respuesta y acto seguido, y sin mediar palabra, me imbuí en otras muchas tradiciones escocesas. Así hasta que nos avisaron del inminente aterrizaje.


Desactivé el modo avión y en escasos segundos las notificaciones se amontonaron como las cartas después de un verano fuera de casa. Revisé algunas de ellas. Y sí. Ahí estaba un mensaje de mi hermana Luisa.


Voy al aeropuerto a por ti. Cancela tu vuelo de vuelta. Quiero que pases unos días con nosotros.


No me esperaba esa contestación y un nerviosismo histérico se instaló en mi cuerpo. El mismo que solía tener la noche de Reyes.


Salí del avión y fui a por la maleta. Allí se encontraba mi enigmático compañero. Se percató rápidamente de que lo estaba mirando pero no hizo ademán de hablar conmigo. Solo sonrió mientras se preparaba para coger su maleta.


Al momento salió la mía.


Con esos nervios que se colocan en la boca del estómago fui hacia la salida. Curioso que el hombre del vuelo estuviera próximo a mí.


Las puertas correderas se abrían y cerraban incesantemente al paso de los viajeros y detrás se podían ver personas agolpadas en la barandilla. ¿Estaría allí mi hermana?


-Luisa…-dije.


-Señorita, ahí está su first footing –oí decir muy cerca de mí a la misma voz del vuelo.


Lo miré unos instantes y él me respondió ladeando la cabeza en dirección a mi hermana.


-La primera persona… ¡feliz Hogmanay!-dijo mientras embocaba en dirección contraria.


Me detuve en seco y lo miré fijamente mientras, causalidades o no, vi cómo de su bolsillo sacaba unas poquitas avellanas y alguna que otra nuez.


-Papá…-alcancé a susurrar.

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