#Reseña: "La maestra de Sócrates" · Laura Mas
Hacía mucho tiempo que no volvía la mirada a la antigüedad clásica. Y creo que es cierto que, si no hay batallas, luchas y sangre de por medio, en muchos casos parece que la lectura o la incursión a estos momentos históricos se diluye. Más si cabe si en todo esto incluimos la Filosofía. En un mundo y una sociedad cada vez más copada por lo inmediato, la multiplicidad de estímulos y la satisfacción efímera, cualquier proceso de cocción lenta exige del individuo una predisposición que no muchas veces tiene —o quiere—.
Es por ello que mi última lectura ha supuesto un auténtico viaje histórico, filosófico y personal. La maestra de Sócrates, de Laura Mas es casi un canto a la belleza clásica de la que somos herederos y de la cosmovisión del Eros griego, tan famoso, denostado y adaptado a lo largo de los siglos. El amor en toda su esencia y virtud.
Es el andamiaje, el aprendizaje y la salida al mundo de uno de los nombres propios más reconocidos a lo largo de la historia de la filosofía: Sócrates. Y el de una mujer, Diotima de Mantinea, que fue la verdadera maestra, la luz necesaria para comprender la esencia del amor y su vinculación más allá de lo físico o carnal. La que sentaría las bases de una herencia completamente actual hoy día y a la que debemos tanto. Una mujer detrás del maestro de Platón —esto daría para otra entrada y otra reflexión—. De aquel que luego, en su obra El banquete, sí pondría sobre la mesa el nombre propio de Diotima y dejaría constancia —aunque no la suficiente para el resto de la historia— de la influencia que ejerció esta mujer de Apolo en lo que hoy día entendemos como “amor platónico” y todos sus derivados.
La historia que plantea Laura Mas es, precisamente, esa. El viaje del individuo y el descubrimiento del concepto del amor con un telón de fondo que no es otro que la Atenas de Pericles.
Quizá pueda resultar contradictorio que los personajes principales de la novela sean nombres propios que consideramos que deben mantenerse en los libros de texto y en los manuales técnicos propios de la filosofía. Saltar al género narrativo en una historia que sostiene ese aprendizaje puede resultar chocante. ¿Cómo va a ser Sócrates el protagonista de la historia?
Pues sí. Aunque me atrevería a decir que es el co-protagonista porque quien asume el rol a partir del cual gira toda la historia es Diotima de Mantinea. Confesaré que antes de su lectura tenía un vago conocimiento de este personaje. Tras ella, sin embargo, me embarga la duda recalcitrante sobre si esta concepción filosófica del amor tan extendida en nuestra cultura mediterránea y judeocristiana tuvo su origen, precisamente, en una mujer.
Y es, prácticamente esto, un análisis binómico entre dos nombres femeninos que aparecen con una fuerza demoledora en los constructos sociales de Atenas.
El ya mencionado de Diotima, sacerdotisa y una mujer con una retórica y un proceso mayeútico que cautiva al propio Sócrates, como el de Aspasia de Mileto, la compañera de Pericles. Una hetaira que puso en jaque y en recelo a parte de la población ateniense. Era una mujer extranjera dentro de la Polis más poderosa del momento. Y Pericles, personaje histórico por excelencia dentro de la época clásica, quedó prendado de ella. Resulta fundamental destacar la función de las hetairas en este momento ya que eran cortesanas y mujeres de compañía de clase alta que, además de ofrecer su belleza exterior, presentaban una diferencia social muy importante: tenían una gran educación, independencia económica y pagaban impuestos. Esta tríada no era muy bienvenida por los propios atenienses, pero demuestra y deja claro el papel, influencia y trasfondo de una mujer como Aspasia.
Diotima, por su parte, se presenta como ese personaje que está entre el velo de la historia y la ficción. Su única aparición se produce en El Banquete de Platón y en voz de Sócrates. Esto envuelve en un halo de misterio la figura de una mujer que pudo condicionar las concepciones filosóficas del amor en el maestro y el discípulo respectivamente. La Diotima literaria, la protagonista de esta novela, me ha acompañado con una sutileza, una erudición y un mundo interior bello.
Ese perfil femenino a mitad de camino entre lo terrenal y el mundo de las deidades nos acompaña con una determinación firme en su vocación vital. Una mujer de Apolo capaz de librar a Atenas de la peste por diez años. Parece que todo en ella está bajo su control. No hay un ápice de lo que ocurre a su alrededor que no haya pasado un filtro previo de la reflexión, el discernimiento y su correcta aplicación.
Es su encuentro con un joven Sócrates lo que hace que sus vidas se entrelacen. Con el ritmo histórico de Atenas de fondo, se abre al lector un espectáculo y un despliegue de la forma y la concepción de vida en la Grecia clásica. Los campos semánticos y el léxico empleados en la obra —casi como si de un trabajo académico se tratase— van impregnando la imaginación del lector/a. Es fácil situarse en el ágora y percibir con los sentidos los diálogos y las discusiones retóricas de los pensadores del momento, el griterío del mercado con los productos frescos de ese mismo día o el olor y el silencio propio de los templos a las divinidades. Esa ausencia de ruido que es la antesala del viaje interior.
Percibimos todo esto a través de los ojos de Diotima. El lector se siente en sintonía con ella, con su percepción del mundo y se abre a cuestiones existenciales. Una de ellas, la del propio amor.
Pero el viaje vital de Diotima no es la perfección escultórica clásica. A lo largo de la historia se puede acompañar esa omniscencia de la protagonista con las dudas que surgen a mitad de la novela. Unas dudas que se podrían clasificar como “verdaderamente humanas” y que le hacen cuestionarse el para qué y su misión en este mundo.
Ese acompañamiento y la vulnerabilidad que no se apreciaba al comienzo de la historia la hacen más humana, más carnal y más accesible al resto de los mortales.
Su relación con Sócrates, el eje central que da respuesta al título de la obra, se concentran en un viaje por el conocimiento del amor. Para Diotima, Eros no es un dios al uso, sino un ser intermedio. Lo que se denomina daimon. Y para Sócrates, el descubrimiento de la verdad lo es todo. Quizá por eso, por la complejidad del amor, el filósofo recurre a esta maestra que será quien le descubra todo lo que entraña de por sí el concepto de Eros.
A partir de aquí, la escalada en la filosofía del amor, el descubrimiento personal y el enamoramiento que va más allá de lo superfluo aderezan la relación de Diotima y Sócrates. Una relación cuestionada y censurada por los ciudadanos de Atenas quienes no veían con buenos ojos esta convivencia entre el sabio y la sacerdotisa.
Aquí vuelve a aflorar de nuevo el concepto de mujer y, además, extranjera. Como si de una embaucadora se tratara, es vista por otros ojos como un peligro para la Polis y para el propio filósofo. Este será, además, otro de los detonantes de la evolución argumental de la historia y también trascenderá en la concepción humana y de las relaciones.
Distintos ingredientes que se van sumando para entretejer La maestra de Sócrates y dar como producto final ese descubrimiento del amor en todos los planos.
Es quizá este viaje, el filosófico, el de trascender y cuestionarse aspectos tan universales como este lo que hacen de la novela una lectura diferente. El conocimiento del daimon Eros como un nexo entre la mortalidad del ser humano y la trascendencia de lo inmortal, de aquello que está en el cielo. El amor como la búsqueda de algo bueno —intrincado con el concepto de belleza—. Y esto lo concreta en la fecundación del cuerpo y del alma. La primera con la reproducción y, por tanto, con el legado para la historia —la inmortalidad de una u otra manera—. La segunda cuando hay un reconocimiento y un deseo de bien y, nuevamente, de belleza que trasciende lo físico. Lo que mira más allá y es capaz de ver al otro con ojos que no buscan la maldad, el daño o perjuicio. Esa fecundidad del alma busca reproducir las mayores virtudes como la Justicia o la Prudencia —aspectos muy intrincados con la gobernabilidad de los Estados y, por ende, de sus mandatarios—. Todo ello, irremediablemente, se convierte en inmortal cuando las buenas obras de hombres y mujeres quedan para la posteridad en la historia de un pueblo o nación.
Esto, que podría ser una introducción a la reflexión filosófica de Diotima, es un descubrimiento para Sócrates. Su relación es un viaje trascendente y de elevación del alma y las ideas. La conjunción de dos dualidades que completan la integridad de la persona.
Sea por tanto esta una novela para disfrutarla con sentido y con profundidad. Donde los lectores seamos capaces de vernos proyectados y pausar la lectura para indagar más allá. Para comparar nuestras concepciones actuales del amor con una reflexión del siglo V a.C. Y para entender que muchas veces se banalizan motivos vitales que son necesarios en nuestra subsistencia. Por ejemplo, el amor.
Una lectura recomendada por todos los aderezos previamente expuestos. Una obra que a pesar de ser breve —cuenta con 252 páginas— invita a una degustación más extensa y pausada. Un aprendizaje y una proyección de las formas de vida, costumbres, política, guerra y filosofía en la época clásica. Y el descubrimiento de que una mujer, Diotima de Mantinea, fuera la verdadera maestra de Sócrates.
“[…] ¿Y qué queda de un ser humano cuando es despojado de todas las falsas verdades? ¿Tienes respuesta para eso? — Al ver que su anfitrión no le contestaba, fue la misma sacerdotisa quien sentenció—: Tal vez, cuando nos despojamos de todo lo innecesario, lo único que queda es el amor”.
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