#reseña: La biblioteca de fuego
Donde habite el olvido. Esas fueron las palabras que me sobrevinieron cuando cerré La biblioteca de fuego. No sé si fue una sensación de paz, quietud, intranquilidad o confianza. Pero sí tuve por cierto que la obra que acababa de leer me obligaba a echar la mirada hacia atrás. Ese título, propio de la obra de Cernuda y verso también de la Rima LXVI de Bécquer era la conjunción astral necesaria para poner sobre la mesa una nueva reseña. Eso y el cementerio de libros olvidados de Zafón en La sombra del viento. Todas las piezas encajaban. Y todas compartían literatura, palabra y libros.
Donde habite el olvido es la antítesis más bella de lo que no está y permanece. De lo que se gesta en silencio y se diluye como un azucarillo. Es la esencia de lo invisible. Y la literatura, durante toda su historia, también ha sido eso. Un espectro de sonidos escritos que han ido desde las grandes obras, encumbradas y aplaudidas, hasta aquellas repudiadas y defenestradas al mayor ostracismo pasando por las que fueron invisibles o cayeron en ese olvido latente y mudo.
Y es que La biblioteca de fuego de María Zaragoza es la historia de la literatura, la cultura y los hombres y mujeres que sienten con ella. Es un alegato al más profundo abismo de las emociones, los pensamientos y las cosmovisiones. Y es también la cruda realidad del sesgo del pensamiento crítico, de la libertad imaginativa y de la provocación. Esto último alimentado por el ser humano y sus constructos.
Es la historia de vidas entrecruzadas, rotas por un telón de fondo bélico como fue la Guerra Civil. Sin embargo, en esta obra, y a pesar de que ese bajo continuo es el que va hilando los acontecimientos, destaca sobremanera la humanidad, las relaciones propias de hombres y mujeres que se ven envueltos en la vicisitudes de una guerra. Y seguramente a lo largo de la historia de la literatura habremos tenido muchas obras de este corte. Lo que para mí ha sido significativo es ese pequeño escalón más que se cincela entre sus páginas. Ese nuevo nivel que se va abriendo ante los ojos del lector/a. Ese escenario protagonizado por los libros.
Se despliega entonces el baile entre los dos elementos que, desde mi punto de vista, sustentan la novela y que he comentado previamente. Los primeros compases del libro nos adentran en ese bloque literario protagonizado por Tina. El contexto familiar y las relaciones sociales del pueblo en el que vivía contrastan con la vorágine de una ciudad como Madrid. Es necesario cruzar el umbral para alcanzar su sueño: ser bibliotecaria. A partir de aquí se abre una ciudad cosmopolita que nos presenta a los distintos personajes, a la vida juvenil que no escatima en ocio y divertimento, en las desconfianzas de los inquilinos de una pensión que terminarán siendo familia y de las nuevas realidades sociales.
El crecimiento exponencial de Tina, su presentación en sociedad ante el lector/a y su ubicación en la trama. De fondo, los tambores de guerra comienzan a sonar, pero parecen simples advertencias que ninguno quería escuchar. En este nuevo descubrimiento la ficción se teje tan magistralmente con la realidad que personajes como Lorca, Menéndez Pidal o Blanca Chacel cobran una potencia narrativa y literaria. Esto envuelve la obra en un aroma inefable, propio de los que aman la literatura y no pueden explicar —valga la redundancia—con palabras.
A partir de aquí, la Biblioteca Invisible va a ser la pieza angular a partir de la cual giren todas las tramas y las distintas capas de la novela. Es esta la que propicia el encuentro con Rayo de Luna, a mi entender, una metáfora, una idea de lo que debe suponer la cultura y su cuidado. La Biblioteca también es la que abre nuevas relaciones humanas, amistades y amores. Por supuesto la que propicia que el enemigo Conde Duque haga su aparición y se mueva sibilinamente por sus páginas. Y es la Biblioteca Invisible la que le otorga al personaje de Tina la definición propia de heroína. Su objetivo, su meta y su mente estaban puestas en esa idea que no cobra cuerpo —literal— hasta bien avanzada la obra.
A partir de aquí, qué decir de quienes gustan y saben de la literatura. Es un acompañamiento frenético por un momento histórico convulso, desgarrador y doloroso. Pero es posar la mirada desde una perspectiva diferente a la habitual. Acercarse y acariciar la literatura como un elemento que siente y que padece. Es entender que la cultura es el legado de las generaciones futuras y que este debe preservarse y potenciarse.
Y, a pesar de las desavenencias que una guerra como la ocurrida en España provocó, en esta novela las relaciones humanas están por encima de cualquier ideología. Es un alegato y un llamamiento a lo bueno de las personas (por supuesto que también lo malo que todo ser humano puede llevar consigo), pero sobresale y permanecen las emociones, los vínculos, la vida compartida y el deseo de escapar de un infierno en vida.
Esto se traduce, por ejemplo, en las decisiones personales de cada uno de los personajes. En la vida exultante de la pensión en la que aterriza Tina nada más llegar a Madrid. La diversidad de personajes y sus experiencia vividas, lo cargado en una mochila existencial que los ha llevado hasta donde están y la supervivencia al verse envueltos en un polvorín.
Pero creo que aquí hay algunas lecturas que se entrelazan y si bien el propio Don Germánico me recordó a Don Latino de Noches de Bohemia, Don Fermín me recordaba a ese Cernuda de su poema Si el hombre pudiera decir lo que ama o la propia Tina que fue el alter ego de Josephine March.
Este último paralelismo me resultó encantador. Principalmente porque creo que es un reconocimiento y agradecimiento a la novela de Alcott y porque en ambos casos, las protagonistas aman los libros y la literatura sobremanera. Son dos personajes que comienzan sendas obras como adolescentes que no han salido del nido y terminan sus páginas como mujeres que han tomado las riendas de su vida y han luchado por sus sueños. Esta novela me recordaba también ese tránsito de la niñez a la madurez que muchas veces duele y pocas veces se aposenta. El mensaje de que la vida pasa y nosotros con ella. Esas cuatro mujercitas que en la obra se quiere concretar con Tina, Veva, Carmencita y Lolita son la demostración de mujeres que padecieron una guerra y, aunque con finales distintos, sobrevivieron a los desastres para configurarse como agentes propios y activos de su existencia.
Esta evolución también se observa en la relación que mantiene con Carlos. Es el personaje que le dota de la libertad que ella nunca había experimentado. Su cosmovisión del mundo se circunscribía a Felipe, aunque ella sentía y percibía desde sus inicios que eso no es lo que el mundo podía ofrecerle en cuanto al amor. Por eso, chocar de frente con un personaje como Carlos que le permite ser lo que ella quiere ser y le da la libertad de amarlo sin condicionantes, es un detonante para que el personaje pase de joven a mujer.
A medida que el lector/a avanza por sus páginas ese segundo bloque a través del cual se articula la obra —la guerra— va cogiendo más peso. Nos adentramos en momentos de incertidumbre, de tensión, de falta de información… de dudas. Las vidas se separan, las personas cambian y la guerra hace el resto. Es un ejercicio de mentalidad fría para cada uno de los personajes muy fuerte. Cada uno sigue sus instintos en escenarios diferentes y, poco a poco, van evolucionando. Los tímidos tambores de guerra del comienzo de la novela ya son oleadas de detonaciones.
Y aquí Madrid vuelve a ser un espacio convertido en protagonista. A medida que se avanza en el discurrir de los años, esa ciudad alegre, con vida y con futuro se transforma en un hervidero de hambre, destrucción, asaltos y de supervivencia. La vida y las tramas se concentran en escenarios cerrados, lúgubres, que empañan de miedo y silencio lo que va a suceder a continuación. Y esto es un ejercicio maravilloso ya que mantiene la tensión del lector/a.
El frenesí final de la obra, con el desenlace de la guerra y la conversión de muchos de los personajes es una resolución fabulosa. Es el final del conflicto, pero también es el final de la vida para muchos. El lector/a hace suyas las emociones de las pérdidas. El nombre propio del personaje que lo acompañó durante distintas páginas. Es, de nuevo, el ser humano por encima de todo. Capaz de lo mejor y lo peor. Pero siempre la esperanza.
Los vasos comunicantes de la literatura y la guerra casan divinamente en el desarrollo de la novela y cuando uno adquiere el protagonismo que necesita el otro lo sostiene por debajo para que la trama continúe. A esa simbiosis se suman las vidas que salpican las páginas de la novela.
La narración en primera persona permite ahondar mucho más en la evolución del personaje de Tina y sentir y experimentar con ella lo que piensa, lo que siente y cómo debe actuar. Sin embargo, esto no coarta la visión general o el entendimiento del lector para hilvanar otras escenas o sucesos que van apareciendo durante la narración. Esto es una fortuna porque le sigue dando valor a la novela y permite empatizar mucho más con Tina.
Al final, y como el propio personaje aventura, esta historia es la que quería contar y escribir. Es un relato que ha vuelto a pasar por el corazón de Tina, para que no caiga en el olvido. Es, de nuevo, esa literatura dentro de la literatura, y esa apelación que María Zaragoza nos hace a través de su personaje: a poner en valor a todas aquellas personas que lucharon por preservar la cultura y los libros.
La ficción y la realidad, como apunta en el epílogo, se han fusionado tan magistralmente que no se diferencia y es ahí donde surge la magia para la creación de una novela. A pesar de ello, es una obra inmersiva, que provoca un descubrimiento y una interpelación hacia quien la lee sobre cómo y de qué manera debemos cuidar nuestra literatura.
Es por eso que Donde habite el olvido no puede ser esa Biblioteca Invisible. Donde habite el olvido es nuestro lugar de cada día, nuestro regreso a lo que somos, la necesidad de recordarnos la importancia de los libros, las historias, las fábulas, los cuentos, el teatro y la poesía en nuestra forma de entender el mundo. Pero con el deseo de que el olvido no habite entre sus páginas.
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