Reseña #3: ¿Quién diablos eres? o ¿cómo demonios hacemos una vez que finalizamos la novela?
Queda claro que la primera pregunta se centra en la novela que reseñaré hoy en el blog. La segunda… ¡ay la segunda! Creo que es el denominador común de quienes hemos cerrado la página 700 con distintas emociones contenidas. Suerte que he tenido de poder meter a todos los esbirros –diablos y demonios y demás seres– en un mismo campo semántico del más allá a la hora de titular este pequeño escrito.
Ya tuve la suerte de acudir el pasado mes de mayo a la presentación de la obra. Por aquel entonces no sabía a qué podría enfrentarme después de haber degustado otra de las obras de Raquel, El corazón de la Banshee (tenéis la reseña de esta novela pinchando aquí), pero era bien sabido que las casualidades en esta vida no existen y esta nueva novela debía ser leída. Bien fuese porque tenía que haber amor a raudales, historia ambientada en Escocia (con escocés correspondiente) o bichos y sombras saltando de un lado a otro del Atlántico que la propuesta era irresistible. Y no ha defraudado.
He disfrutado con varios elementos a la vez. Uno de ellos ha sido la construcción de la novela y el tempo asignado para que la obra fuera cogiendo la impronta que necesitaba. Esta novela lo necesitaba. Los personajes, que iban acompañando la construcción, también se iban desarrollando e iban tomando más o menos protagonismo según qué momento. Y este proceso no se podía acelerar.
Pero atendiendo a la construcción en primera instancia hay tres líneas claras de argumentación novelística en la obra que ya vienen determinadas por la división de la obra en dos partes. La primera de ellas ambientada en exclusividad en el Nueva York actual y la segunda con una subdivisión entre dos líneas estructurales paralelas entre Escocia actual y su homónima doscientos años antes.
La primera parte va fraguando lo comentado previamente. Hay que contextualizar y dotar de profundidad a distintos personajes si bien es el momento de esculpir a Alicia y Jackson. También de Duncan, pero todavía se nos antoja lejano entre las brumas de esta primera parte. No, ahora hay que cimentar y poner a jugar a otros tantos elementos que van sosteniendo la trama de una manera sublime hasta su desenlace: Foras, Mina Ford, Adaira McKnight, Alejandro, la tía Rita… todos y cada uno de ellos tienen una función tan sumamente relevante en la historia que cuando dicha importancia se destapa en alguno de los puntos cumbres de la trama el lector experimenta esa descarga eléctrica y busca más en las siguientes páginas. A medida que estos personajes secundarios van pintando ese telón de fondo que sustenta la trama principal vamos conociendo a Alicia, Jackson y Duncan.
Un triángulo que, de primeras, parece que va a mantener un tira y afloja amoroso digno de superproducciones de caja de klennex y tarrina de helado. Pero Raquel ha sabido dar el espacio protagonista a cada uno y sus funciones en los diferentes episodios. Y aquí podría ser de lo más necesario la expresión “para gustos los colores” ya que habrá seguidoras y fans acérrimas tanto de Duncan como de Jackson. Son dos perfiles completamente distintos que equilibran la realidad personal, humana y “espiritual” (por eso del más allá) de Alicia. El trinomio de estos personajes, a pesar de situarlos en un pequeño choque de trenes por el interés de ambos por Alicia, se difumina en cuanto ella, como protagonista que es, empieza a desplegar las características de un personaje plenamente redondo. Su evolución desde el inicio de la novela (con una vida anodina y escribiendo en prensa económica) va escalando enteros cuando su vida entra con el más allá.
Es un claro ejemplo del monomito (o también conocido el viaje del héroe) de Joseph Campbell. El personaje de Alicia sale de su status quo perfectamente establecido en la ciudad de Nueva York con su madre y hermana para dar paso a una aventura (viaje a París, exorcismos, luchas contra las sombras, vampiros, Escocia, regresiones…) que contará –tal y como explica dicho viaje del héroe– con las ayudas necesarias (la revelación de tía Rita en un momento determinado o de lady Grace para advertirles de los peligros a los que están expuestos); las crisis más variopintas posibles –muerte incluida– y un resurgir tan maravilloso que desmonta toda la tensión acumulada previamente. Consigue establecerse un retorno de ese héroe (heroína en este caso) en base a una sola palabra: amor. Es el sustento, el elixir de toda la obra, la necesidad de reconstrucción de un amor que se había quedado atrapado en el tiempo.
Una vez vista la presentación y cimentación de la novela en la primera parte, la segunda es un torrente de idas y venidas y de experiencias de personajes sobrenaturales –nunca mejor dicho en un contexto como este–. Y digo esto porque el segundo tramo cuenta con una subdivisión estructural pero no argumental.
Con esto hago referencia a que la estructura queda claramente definida y en la mayoría de ellas las palabras “regresión, oscuridad, mareos, etc.” suelen ser el detonante para poner en alerta al lector/a y saber si estamos en la Escocia actual o a comienzos del siglo XIX.
No serían flashback como tal –o al menos yo no lo he entendido y sentido así –porque en realidad no son cuatro personajes sino que la historia es la de Alicia y Duncan (Jane y Robert en el XIX). No he sentido durante la lectura ninguna fisura o grieta que me hiciera pensar que eran entes independientes, al contrario, el poder vivir la historia de Jane y Robert a través de un narrador en tercera persona omnisciente le otorga una potencialidad inmejorable.
Y digo esto porque cuando uno se adentra en la relación tormentosa entre Robert y Jane sufre con ellos –y también, por qué no, se tira de los pelos–. Es un auténtico tira y afloja propio de la mano de Jane Austen. Los “orgullos y prejuicios” de ambas partes son los mayores frenos de un amor que rompe barreras. Las dudas, las miradas esquivas o los comentarios con segundas intenciones en mitad de una cena. Los reproches y las confesiones en un pequeño banco o en un balcón son el escenario básico y por antonomasia de la novela de regencia. ¡Y qué bien logrado está!.
En realidad, esta segunda parte nos cuenta una historia que se dilata en el tiempo con dos siglos de diferencia, pero el hilo conductor y los protagonistas son los mismos. Y ese tejido es muy fructífero porque a medida que va incrementándose la tensión de la misma los ritmos de Alicia y Duncan están completamente desacompasados. Estos momentos de crisis, dudas y distanciamientos –en los que las lectoras enloquecíamos y pegábamos gritos de “por qué hacéis esto si os queréis como dos adolescentes”– van sumando dinamita a ese final.
He leído muchas reseñas y críticas de la novela y en alguna de ellas decían que el final resultaba muy precipitado. Desde mi punto de vista no es así. Al contrario. Como si de las miguitas de Hansel y Gretelse tratara, Raquel iba dejando pistas y cabos sueltos que terminan por cuajar perfectamente. Incluyendo un giro totalmente inesperado que resuelve una de las subtramas con Percy que me pareció sublime.
Va dejando que todo el torrente de situaciones, emociones y escenas de mucha narración –que propician una sensación de aceleración– se vayan sosegando. Son esos últimos minutos en los que dejas al bizcocho reposar en el horno todavía caliente para que termine de hacerse. Es ese regusto que nos regala Raquel después de tanta ida y venida. Por eso creo que la obra cierra de una manera adecuada –y maravillosa para quienes amamos este género–. La división estructural se suma a la unicidad argumental y todo encuentra su espacio y su mesura de la manera más acorde.
Si bien todo esto hacía referencia a la estructura de la obra, la segunda variable que me ha maravillado ha sido el despliegue de personajes que desfilan por la historia. Los actuales y los decimonónicos; los sacros y profanos; los de aquí y los del más allá.
Como ya apuntaba previamente con algunos nombres propios, todos ellos tienen el peso y repercusión para los que han sido creados. No quiero centrarme en Alicia y Duncan porque ellos llevan gran parte de la trama y disponen de mucho protagonismo, pero sí hay algunos otros nombres que quiero traer a escena porque me han parecido sencillamente geniales.
El primero de ellos y, sin lugar a dudas, Percy. El hermano mediano de los Galloway. Su carácter, su visión de la vida, el amor por su familia y, por qué no, por cualquier mujer con la que pudiera coquetear y su integridad son puntos con los que fue ganando a medida que avanzaba la obra.
No quiero hacer spoilers pero el ingenio para resolver la historia de este personaje y darle un hueco en el hall of famefinal es para quitarse el sombrero. Fue de esas veces en la que un lector/a descubre el trabajo y el artificio que hay detrás para que una historia cuadre y tenga potencialidad. ¡Tocuhé!
Jackson es el segundo personaje que me ha gustado sobremanera. Dando la impresión de un guapo que se lo tiene creído, su relación con Alicia va derrumbando muros para forjar una gran amistad entre ambos. Es de esos personajes que, perfectamente, podría tener un spin-off en cualquier otra aventura con esbirros y trasgos del más allá. Es ese tercer elemento necesario para que la relación amorosa gane en el desarrollo de los capítulos. La incertidumbre del lector/a por saber si se decantará por uno u otro o si algún giro inesperado puede romper una relación a favor de la otra le da salseo a la narración.
Y una última incursión en cuanto a personajes tiene que ver con una subdivisión que hago entre agentes del bien y agentes del mal. En el primero de ello están modelos como la tía Rita, el padre o lady Grace. No son personajes que tengan una trascendencia muy grande pero son lo que yo denomino el “bajo continuo” que ayudan a que la historia de amor de Jane y Robert llegue a buen puerto. Por otro lado están todas las hordas de la oscuridad que van desde pequeñas sombras hasta demonios de gran poder o nombres propios como Foras.
Es la dicotomía entre el bien y el mal, la luz y las sombras, el día y la noche. En realidad es la balanza que rige el mundo y que, en este caso, era necesario para una batalla entre las fuerzas internas de los personajes, sus vidas, sus pasados y futuros.
Y por último –y no podía dejarme esto en el tintero– los guiños que nos ha regalado a lo largo de las páginas. La fan page de Jane Austen estaría realmente orgullosa de habernos brindado nombres tan sugerentes como Jane o lady Susan, Lefroy o algunas de las frases extraídas de Orgullo y Prejuicio. Al señor Walter Scott y su cameo cual Ministerio del Tiempo versión escocesa u Oscar Wilde. Los amantes y los que nos dedicamos a la literatura agradecemos este tipo alusiones y construcciones que impregnan de cultura y realidad a la trama que estamos leyendo. En realidad, un tributo a grandes figuras literarias que, a día de hoy, siguen teniendo vigencia y relevancia. Es, de verdad, una delicia poder acompañar y ver fuera de sus obras estos nombres y aventuras.
Es por ello que el cúmulo de circunstancias, tramas, personajes y géneros que se imbrican en ella dan como resultado una novela maravillosa, recomendable y un aire distinto al género romántico y paranormal.
Una delicia que debe ser leída aquí o en el más allá. Ustedes decidan. :)
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