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#reseña 12: Esa locura llamada amor · Nuria Rivera

Es una verdad universalmente conocida que los cánones literarios vienen como anillo al dedo a determinadas obras y que estas, cual películas filmadas en 8mm., adquieren un matiz nuevo, diferente y muy atractivo. Vamos, que la toma resultante es una auténtica maravilla del séptimo arte.

No es que se trate de una novela de Austen —a pesar de utilizar ese paralelismo de punch introductorio de su novela más famosa— sino, más bien, de un efecto y un regusto que me ha dejado la novela que hoy vengo a comentar.

Después de ahondar en nuevos géneros y tintes literarios, volver a la literatura romántica es una parada obligatoria en mis quehaceres como lectora voraz. Así que sin dilatar más una propuesta que había captado mi atención hacía ya tiempo, me decanté por la novela finalista del último certamen literario de Vergara. Volvía a reencontrarme con una pluma que ya me había cautivado con la saga de Minstrel Valley y que ahora me adentraba en la Barcelona de finales del siglo XIX.

Estoy hablando de la novela Esa locura llamada amor de Nuria Rivera. Lo terminé en escasos dos días después de la vuelta a la rutina y a la no tan famosa, cuesta de septiembre. Ha sido, por tanto, un auténtico oasis dentro de la realidad circundante que vivimos y que tenemos en el horizonte.

Y es que la historia de Inés y Gonzalo sigue los cánones propios del género romántico, pero el ejercicio literario que mantiene y sostiene la historia es lo que ha captado mi atención. Es ahí donde diferencio las novelas románticas de calidad de otras más de mercado —planas y previsibles—. Esta es del primer grupo. ¿El motivo? Acompáñame en este análisis personal.

El género romántico, ese capaz de tener cientos y miles de seguidores/as pero muchas veces denostado por la crítica literaria como un género de segunda, sigue sorprendiendo a quienes nos acercamos con una ilusión nueva y cambiante con cada historia que cae en nuestras manos.

Bien podrían establecerse clichés del género como que este debe tener un final feliz —en caso contrario no sería novela romántica, sino otra cosa— que el lector/a durante la historia acompaña ese enamoramiento de una pareja que en los inicios parece estar en las antípodas de cualquier enamoramiento o que deben existir esos secundarios para aderezar la historia principal con alguna subtrama. Cuestiones de sexo o lectura subida de tono aparte, todo esto parece mezclarse en una coctelera literaria para dar como resultado novelas que se pueden incluir en dicho género.

Y seguramente no nos equivoquemos mucho en este “protomarco” de análisis. Pero quiero ir más allá. Precisamente porque Nuria en su novela rompe algunos de estos planteamientos y hace que los lectores nos situemos en un prisma diferente. Nos saca de esa zona de confort con la que abordamos una novela romántica. Es decir, sus arcos narrativos van acompasando de una manera inteligente la intensidad de la historia.

Para aquellos que no estén muy familiarizados con los arcos narrativos, estos son algunos de los parámetros, esqueletos o cimientos para proyectar una historia.


Kurt Vonnegut, a mediados de la década de los cuarenta, ya presentó su propia hipótesis llamada “las formas de las historias” que venía a justificar que la gran mayoría de historias cumplían una serie de patrones y que todas ellas podían clasificarse de una u otra forma en áreas bien diferenciadas.

Luego llegaría Andrew Reagan con su equipo de investigadores de la universidad de Vermont para recoger esa hipótesis primigenia de Vonnegut y darle forma. Consiguieron finalmente definir seis arcos que aglutinan de una u otra forma prácticamente cualquier historia escrita o que esté por escribir.

No difiere mucho de la teoría de Joseph Campbell y su viaje del héroe. Un recorrido que nos permite reconocer a la perfección las fases por las que un personaje atraviesa sus devenires en cualquier obra de corte épico o epopeya —clásica o moderna, a gusto del consumidor—.

Y traigo a colación toda esta información precisamente porque la historia me ha hecho reflexionar sobre algunos de estos puntos.

Principalmente, y como ya he comentado previamente, por la capacidad que ha tenido Nuria de romper y ajustar marcos emocionales para acompasar la vida de los protagonistas.

Un enamoramiento furtivo y una consumación que rozaba lo escandaloso e indecoroso a finales del XIX podría ser la guinda del pastel de cualquier historia. En Esa locura llamada amor este planteamiento es el aperitivo de la obra. Conocemos a Inés y Gonzalo en una pequeña tienda de la Barcelona industrial de 1888. Una chispa de pasión irrefrenable rompe los esquemas de una mujer liberal, autónoma, que no quiere someterse a los patrones sociales y de género propios del momento. Pero esa pasión que despierta en ella este joven médico será el detonante para abrirnos un panorama realmente adictivo.


A partir de aquí las historias paralelas con encuentros furtivos y un secreto a voces en su interior se van prodigando a través de sus páginas mientras que el resto de acontecimiento van cogiendo cuerpo y las voces corales de personajes secundarios entran en acción para ir entretejiendo un panorama más complejo.

Roles que a primera instancia podrían estar muy definidos —como es el caso de Teresa, la madre de Inés o Tom, el amigo íntimo de Gonzalo— nos sorprenden con algunos giros y tomas de decisiones que abren nuevos escaparates a lo largo de la historia.

Y es precisamente con uno de estos personajes secundarios con los que se ve de nuevo el ejercicio inteligente que prodiga Nuria. Es el caso de Gregorio. Un perfil que a primera instancia queda difuminado en el escenario industrial y en la zona de influencia del padre de Inés, se convierte en un pilar fundamental para que la historia avance y los sucesos vayan avanzando. Acompasándose de una evolución psicológica que se va descubriendo y que genera más repulsa —al menos a mí me hizo sentir así– hacia este hombre.

Sin embargo, desde el punto de vista literario y de su construcción y artificio artesanal, este personaje es fundamental para ir surtiendo de fuerza la progresión temática. Le va dando consistencia y permite unir dos mundos claramente diferenciados. El de las altas clases sociales de la Barcelona aburguesada y, por otro, la proletaria y obrera. Es ese nexo que se mueve de manera viperina. Y aquí, como no podía ser de otra manera, sí se establece esa “justicia poética” tan del Siglo de Oro para que las fluctuaciones de la novela romántica se puedan concretar y la historia se cierre como debe ser —o al menos, como los amantes del género romántico queremos—.

A pesar de contar con un grupo coral que acompaña a los protagonistas, son Inés y Gonzalo el eje vertebrador claro que nos permite disfrutar de una historia apasionada y humana.

He agradecido enormemente ese acompañamiento y el “abrirnos las puertas a los lectores” de las emociones más básicas y viscerales de un ser humano y las más ideales y platónicas de un mundo más filosófico. Ha sabido mezclar de una manera sutil, sin ser cargante o altamente predecible las dosis que aderezan una relación.

El personaje de Inés responde al perfil femenino que busca una respuesta distinta a una sociedad estancada en cánones sociales y morales. Un constructo que ella intenta esquivar y construirse a sí misma sin la necesidad de un hombre a su lado. De ahí que su despliegue en un momento concreto de la historia en la que entra en conflicto con Gregorio demuestre de nuevo su verdadera esencia, sus ideales y principios.

Por su parte, el perfil de Gonzalo también refleja cierta rebeldía en el seno familiar. A pesar de contar con un histórico, una reputación y un estatus, él pretende buscar nuevos horizontes profesionales que salían de lo puramente convencional.

Este paralelismo entre ambos es, al mismo tiempo, un nexo común. Un vínculo predeterminado para que sus vidas se crucen. Pero más que eso, es un vínculo para que sus propias cosmovisiones se encuentren.

A partir de entonces, y como ya hemos comentado previamente, la historia se sostiene magistralmente. Las vidas de ambos, cual novela bizantina, deben superar separaciones, malentendidos, argumentos erróneos y caballeros y damas que vuelven sus ojos a los protagonistas. Altibajos que parecen ir acomodando la historia y, sin embargo, la van enriqueciendo.

Todo esto, además, con un gusto y un estilo narrativo que acompañan el dinamismo de la obra. Su lectura se vuelve sencilla y atractiva. Y esto, como siempre, es de agradecer.

Una novela totalmente merecedora de tal galardón por su buena cimentación y su construcción. Una historia romántica bien construida y que atrapa al lector/a y con un estilo y sello propio de Nuria Rivera que encandila y lo vuelve un claro referente del género. Eso y, por supuesto, el guiño tan maravilloso que hace de otra saga como Minstrel Valley.

Un cóctel de emociones que dan como resultado Esa locura llamada amor. Y creo firmemente que el título acompaña a la perfección toda la evolución humana y psicológica de estos dos personajes que nos encandilan desde el primer momento.

Una suerte y una nueva aventura vivida. De esas que encandilan el corazón. De las que comparten una esencia absoluta del género romántico. Disfruten su lectura. De veras.

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