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Estas nuevas 'Mujercitas' siempre estuvieron ahí

Pasada ya la efervescencia navideña de comidas interminables o regalos imposibles, la vuelta a la rutina del nuevo año siempre trae esa simbiosis de pereza y nuevos propósitos casi condicionados por la rueda en la que vivimos. Y dentro de ese tránsito pasajero hubo un estreno que había seleccionado su puesta de largo a conciencia para el día de Navidad. Una obra que ya había transitado por la gran pantalla en ocasiones anteriores y que en este pasado 2019 tenía que poner la guinda para dejarnos el mismo regusto que el dulce al final de la comida familiar.


Y es que la nueva adaptación de Mujercitas, la de Greta Gerwig, había ido creando un hype progresivo desde que, allá por el verano pasado, comenzaran a filtrarse las primeras imágenes de la novela de Alcott.

Archiconocida desde su publicación allá por 1868, la obra de Mujercitas se ha convertido en un mantra para muchas personas, mujeres principalmente, al reflejar a lo largo de sus páginas la determinación, la lucha y la ruptura de determinados prototipos de finales del XIX.

En estas últimas semanas solo hacía falta pasearse por las diferentes webs de revistas, críticas de cine, periódicos generalistas y medios audiovisuales para ver la repercusión que ha tenido la nueva adaptación así como el bombazo de actrices como Saoirse Ronan o Florence Pugh que han convertido a sus personajes, Jo y Amy respectivamente, en dos iconos (si bien la apuesta de Jo March siempre es caballo ganador).


La obra cinematográfica en sí es una auténtica delicia para los amantes de la literatura. Y me atrevo a hacer esta aseveración por los destellos que se salen de los convencionalismos o de la asunción de que esta era una novela para señoritas (al menos la concepción que los editores tuvieron en origen).


Han sido un total de cuatro con esta última (adaptaciones a la pequeña pantalla aparte) las versiones que han llevado a la familia March al cine. Cada una de ellas, por supuesto, con visiones, aderezos y concepciones propias del momento histórico, realidades y vivencias concretas. Querer comparar la versión de 1933 de George Cukor y una Jo encarnada por Katherine Hepburn con la de 1994 con Winona Ryder en su eclosión profesional es, simplemente, una pérdida de tiempo. Y digo esto (perdónenme de antemano) porque cada una de ellas sigue sumando su granito de arena a una obra que está dentro del colectivo de grandes clásicos de la literatura universal.


Pero ahondando en la obra en sí y no en sus devenires del séptimo arte, Mujercitas es una biografía literaria. No es que fuera deseo de Alcott escribir una novela de este tipo, sino el editor del libro, Thomas Niles, quien le solicitó una novela para niñas y señoritas. Para entonces, la joven de Massachusets, ya había colaborado con algunos periódicos y publicaciones con pequeños relatos que no siempre cuajaban lo que se esperaba de la pluma de una mujer.

Así que con este encargo entre manos, Louisa se puso manos a la obra y durante dos meses recogió las experiencias de vida compartida con sus hermanas sin mucho interés o una vehemencia propias de un autora que quería publicar. Ella misma se había tomado este encargo como otro a nivel profesional y como cobraba por lo que escribía no había vuelta de tuerca.


No fue hasta el momento en que su editor se lo dio a leer algunas niñas cuando este vio que la novela de Alcott podía tener tirón en el mundo literario (con sus censuras, cambios y reescrituras correspondientes, claro está).

Tal fue el fenómeno de la autora americana que el libro se convirtió en lo que hoy llamaríamos un superventas y rápidamente, las aguerridas lectoras y seguidoras de las hermanas March pidieron más. De ahí surgirían los títulos de Aquellas mujercitas. Posteriormente llegarían Hombrecitos y Los muchachos de Jo, continuaciones de estas novelas que muestran la vida de la familia con sus hijos, sobrinos y alumnos de cada una de las 'mujercitas'.

En toda esta vorágine y después de conocer la gestación de la obra, cuesta creer la relación o vinculación que existe entre la novela y las adaptaciones o visiones que se han querido mostrar a lo largo del siglo XX y la primera de este siglo veintiuno.


La novela que nos ha llegado y que llena las estanterías de muchos hogares no contempla la visión original o deseos de Louisa, sino la segmentación de la misma a manos de sus editores.

Bien es cierto que hoy día hay ediciones que contemplan y recogen aquellas partes suprimidas en primera instancia y permiten al lector crítico conocer un poco mejor qué tenía en su mente la autora a la hora de reflejar las vivencias de la familia. Y es aquí donde reside, quizá, la creación propia. Nadie puede asegurar ni apostar al siete rojo que las ideas que plasmó Alcott en los primeros borradores hubieran tenido tanta repercusión como tuvo después la edición definitiva. Lo que sí es cierto es que algunas de las pautas de quienes recibieron los bocetos de la obra quisieron poner una puntilla muy femenina de novela rosa (no entendida esta como novela romántica) sino como ese final alegre y pastel que deja, o dejó en su momento, un regusto suave y fue la gaseosa para las ventas posteriores.


A pesar de esto son muchos quienes consideran la obra de Mujercitas como una obra feminista pero no sé si esto es correlativo entre la novela literaria y las adaptaciones cinematográficas. Será harto probable que muchos espectadores no se hayan asomado a sus páginas y la toma de contacto que han tenido con la novela es solamente a través del cine. Aquí, irremediablemente, entra la magia de directores, guionistas y productores en una asunción propia y personal de una misma obra.


Al mismo tiempo, la tradición ha querido incluir la obra como una novela infantil o juvenil. Seguramente antaño o el origen de la novela estuviera ahí. Buscar una novela que quitara de la mente de las más jóvenes los acontecimientos y devaneos sociales y políticos del último tercio del siglo XIX. Era el aderezo necesario para resurgir y ver cosas bonitas y agradables frente a las consecuencias de la Guerra Civil estadounidense.



Y creo firmemente que bajo estos dos aderezos que han ido cogiendo fuerza a lo largo de los años, hay una profundidad psicológica o emocional muy distinta. Mujercitas es una obra de transición vital. El paso de la infancia a la vida adulta marcada por la dureza y las condiciones que vivieron. Es imbuirse dentro de cuatro formas de afrontar la vida, de cuidarla y mantenerla como un nexo común que es el seno familiar.


De ahí que los millones de lectores que se han sentido seducidos por sus páginas puedan identificarse con alguna de las hermanas March. La diversidad personal y las formas de abrirse camino son los testigos más propios de la vida.

Al mismo tiempo, ese tránsito viene acompañado de una añoranza de la niñez. De los momentos en los que nada podía separar a las hermanas, en el que los juegos, los teatros o los patinajes en el lago helado tienen que ir dando paso a otras responsabilidades. Es la pérdida de una magia infantil que obliga a cada una a seguir creciendo en otras vertientes.

También es momento de madurez; de afrontar la vida y salir del nido buscando nuevas oportunidades para formarse, aprender y trabajar. Son los casos de Jo y Amy. Caminos diferenciados cuyo bajo continuo es comerse el mundo.

La aceptación de la enfermedad y la muerte es otra muesca de vida. Es Beth uno de esos personajes que, a priori, puede ser el de menos peso de las hermanas, pero su experiencia vital, la relación tan íntima con su hermana Jo y la valentía para asumir su devenir entregándose a los demás es una auténtica lección de vida. Es un personaje capaz de aglutinar y mantener unida a la familia, la que permite que las diferencias y los enfados se fundan en un abrazo y caigan las más altas torres de la discordia y la incomprensión.


Toda esta amalgama se vendía como novela “infantil y juvenil”. Y seguramente el hecho de que los personajes estén en ese punto vital puede ser un motivo, pero la construcción subyacente de los caracteres, las visiones y las incertidumbres en los fueros internos de cada ser humano tienen más calado y complejidad.

Es la radiografía de cómo continuar la vida y vivir con las pasiones y las emociones junto a las constricciones sociales para las mujeres. Las limitaciones y negativas que pesaban sobre sus hombros.

Alcott no quiso casar o emparejar a todas sus mujercitas. Los editores pusieron el grito en el cielo por ello y una de las discusiones de la novela estuvo en este punto. Louisa nunca se casó y quizá fue su alter ego, Josephine March, quien pagó el pato al entrar dentro del mundo de las relaciones.



Me gustaría pensar que finalmente Jo sí vivió plena con su profesor de filosofía. Quiero creer del mismo modo que Amy y Laurie vivieron una pasión que se fraguó en la inocencia de la adolescencia. Y también quiero creer que la vida que eligió Meg era precisamente eso, una elección personal.

Es decir, que finalmente cada una de ellas pudo determinar cuál iba a ser su futuro. Lo habían experimentado y lo habían amarrado firmemente. No se convirtieron en marionetas de nadie ni se esperó de ella los convencionalismos femeninos. Tuvieron que luchar con ellos, pero fueron protagonistas de su vida.


Habrá seguramente muchísimas versiones y concepciones diferentes. Lo único que sí podemos compartir es que Mujercitas es una de esas novelas que están en el Olimpo de autoras que escribieron a lo largo del siglo XIX. De mujeres que han sido tan determinantes en la historia que a día de hoy siguen en la picota y se convierten en atemporales.

Y esto se traduce en la periodicidad de nuevas ediciones, cómics, películas, series o adaptaciones y cualquier otro motivo que genere expectación a un determinado público.


La última la hemos tenido a finales de 2019 y su lectura e interpretación se ajusta divinamente a los parámetros de este siglo XXI. Han sabido captar la esencia psicológica de cada una de las hermanas, su experiencia de vida y el punto de encuentro en su casa de toda la vida.


Una delicia poder disfrutarla. La adaptación y la novela, por supuesto.



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