Reseña #4: 'Edenbrooke' · Julianne Donaldson
Coincidí estos primeros días del mes de diciembre con el final de la obra que tenía entre manos y que hoy vengo a comentar y una noticia sobre el aderezo “marujesco” que tienen las novelas de Jane Austen. Por supuesto que no voy a entrar a comentar el punto de vista de esta publicación pero sí me ha llamado poderosísimamente la atención cómo una mujer de la talla de Austen sigue levantando pasiones al tiempo que crea hordas de detractores doscientos años después. Debe ser que el tirón de la versión de 2005 que protagonizó Keira Knightley (y que, por cierto, me gustó mucho) debió ser un hito filológico. Lo de profundizar en su obra literaria o hacer una lectura crítica acudiendo a fuentes propias o entendiendo las corrientes literarias, sociales o políticas del momento se pueden dejar para otro momento. Cosas de la era de las redes sociales.

Pero sí he querido traerlo al primer plano en esta crónica precisamente por el título que me ha acompañado en los últimos días: Edenbrooke de Jualianne Donaldson.
Di con esta novela a través de las redes de la mano de la editorial que la ha traducido al castellano: Libros de Seda. Después de mi primer acercamiento a esta editorial con El corazón de la Banshee de Raquel de la Morena (por cierto, gracias por tan maravillosa joyita literaria) sabía de antemano que no tardaría mucho en volver a su catálogo para adentrarme en alguna otra novela. Y el regreso ha merecido la pena.
La historia de Edenbrooke nos sitúa en un complejo de novela de regencia de manual. La concepción de los patrones literarios y estilísticos propios de Jane Austen inundan los capítulos y la historia de Marianne Daventry y Philip Wyndham.
La sinopsis que la propia editorial nos brinda contextualiza los puntos iniciales de distintos agentes que deben entrar en juego para que la trama vaya cogiendo ritmo.
Marianne Daventry haría cualquier cosa para escapar del aburrimiento de Bath y las atenciones amorosas de un cretino que no le interesa en absoluto. Así que cuando le llega una invitación de su hermana gemela, Cecily, para que se una a ella en una maravillosa casa de campo, aprovecha la oportunidad. Por fin podrá relajarse y disfrutar del campo, que tanto le gusta, mientras su hermana se las arregla para librarse de las atenciones del guapo heredero de Edenbrooke. Sin embargo, Marianne acabará por descubrir que incluso los mejores planes pueden salir mal: primero será un aterrador encuentro con un salteador de caminos, después un coqueteo aparentemente inofensivo... el caso es que, al final, Marianne se verá envuelta en una inesperada aventura llena de intriga y de amor, tan apasionante que no podrá dar descanso a su mente. ¿Será capaz de controlar su corazón traidor o caerá rendida ante un misterioso desconocido? Está claro, el destino quiere para Marianne algo distinto a lo que ella había planeado al ir a Edenbrooke.
Es en sí una historia que el lector/a de romántica histórica puede anticipar. Sí, para qué negar esta evidencia. Pero si uno se ha adentrado en sus páginas es porque busca una historia de este perfil. Y es aquí donde Julianne Donaldson hace un despliegue de conocimiento de la época, los tempos y los procesos sociales y artes amatorias propias de estos momentos.
No busquen tres pies al gato porque no los van a encontrar e incluso algunos de los conflictos argumentales tienen una resolución sencilla, limpia y sin giros complejos. Sin embargo esto no hace de menos a la historia. Al contrario. Es, sin duda, una de esas obras que he disfrutado profundamente por el proceso psicológico de su protagonista.
Como apuntaba al comienzo de la crónica, la historia bebe de un estilo austeniano que refleja las formas y estilos, los dimes y diretes, las temporadas, los abanicos o el ars amandi de la sociedad inglesa del XIX. De hecho, si no tuviéramos a mano la autoría o el nombre de la obra podría pasar por una contemporánea de aquellos lares. Es ahí donde reside la potencia de dicha novela.
El proceso por el que Julianne Donaldson nos presenta a Marianne, su situación personal y sus vivencias pasadas y presentes, es el punto de partida para desplegarnos un potencial psicológico realmente apasionante. El descubrimiento de una joven de diecisiete años y la necesidad de libertad en un encorsetamiento social suelen ser aderezos que impregnan múltiples y variadas obras de este género. Cierto. Pero en el caso de Edenbrooke el lector que se suma a la protagonista se convierte en el acompañante fiel, en el confidente y en reflejo y espejo de un proceso de enamoramiento que se va fraguando poco a poco.
No podemos (y tampoco creo que debamos) leer este novela desde el prisma del siglo XXI. Ni Tinder sería el sustitutivo de las cartas y correspondencias clandestinas ni First Dates podría eclipsar los bailes de sociedad en las mansiones de campo inglesas. Cada cosa a su tiempo.
Por ello vuelvo a insistir en que quien se deje embaucar por esta novela debe ser consciente de que entra en otras maneras, otra psicología, otro amor y otra cocción. Y esto es un oasis dentro de la exigencia, las prisas y el estrés que tenemos en estos tiempos.
Agradezco muchísimo la voz en primera persona, dando el papel protagonista a Marianne y configurando un narrador omnisciente que nos abre las puertas a los más profundos sentimientos, emociones y pensamientos de una joven que nunca antes se ha enamorado.
Por supuesto que algunos podrían tildar de “evidente, ñoño o rosa” los encuentros entre los protagonistas, la falta de luces, el recatamiento o la multitud de ocasiones en que las mejillas de la joven adquieren un color rosado cuando Philip dice algo fuera del marco del decoro. Está bien. Aceptamos pulpo como animal de compañía.
Pero con el cefalópodo bajo el brazo vuelvo a romper una lanza a favor de las líneas escritas por esta autora norteamericana.
El resto del elenco de personajes también responde a una estructura arquetípica que va situándonos en los distintos escalones sociales y que muestra a individuos que se convertirán en aliados de Marianne y algunos otros que, como en toda obra que se precie, deben situarse en el lado oscuro. No es que haya demasiado oscuridad en dicha novela (por no decir ninguna), pero son necesarios para mantener el equilibrio en una novela que sino sería un paseo por Disney. Los artificios de estos personajes son de escaso impacto y no generan trabas demasiado importantes para la resolución de la trama.
Sin embargo, si hubiera algo que tuviera que destacar sobre otros puntos estos serían el estilo y el ritmo narrativos. Desde el primer momento tuve la suerte de entrar en la novela con facilidad y con la alegría de verme imbuida en la trama gracias al ya mencionado narrador omnisciente. Pero sobre todo el estilo, la forma de escribir, relatar y describir las distintas escenas o los sentimientos y emociones de Marianne principalmente son maravillosas.
Agradezco profundamente también la traducción que ha realizado Libros de Seda y que me sigue reafirmando en la idea de que es una editorial que trabaja y mima mucho sus manuscritos y los dota de un potencial editorial a tener muy en cuenta. Gracias, de veras, por la traducción cuidada y el estilo mantenido propio de este perfil de obras. El léxico, la precisión semántica y la facilidad para comunicar facilitan sobremanera la historia y la convierten en un texto propio del XIX.
Es la piedra de toque, el elemento a partir del cual todo lo demás puede girar con más o menos profundidad.
A esto se suma el hecho de ser una novela totalmente blanca. Es la concepción más pura de la palabra romanticismo. No busquen escenas de cama ni sexo desenfrenado. No las van a encontrar. Precisamente porque se ciñe a un modelo de novela que pone en énfasis las miradas, la agitación interna y la respiración entrecortada de los primeros momentos de un enamoramiento. El descubrimiento de sentirse atraído y fascinado por el otro. Las dudas de la correspondencia y los miedos y limitaciones a la hora de confesar dichos sentimientos. Son estas las herramientas de las que se sirven los personajes. Los acercamientos a escasos centímetros de la boca del otro no sucumben con un beso desbocado o una noche loca bañada de un brandy. Hay que ganárselo y debe ir cuajando poco a poco. Esto está perfectamente cuidado y los procesos no se interrumpen en lo que a ambos protagonistas se refieren.
Las confusiones, las conversaciones prohibidas y escuchadas en la clandestinidad o un mensaje explícito para provocar desencadenantes variopintos también aderezan sus páginas con un ritmo ágil y tranquilo.
En definitiva, un compendio de ingredientes al más puro estilo romántico que exigen al lector una apertura al género y a lo que este significa. Dignificándolo y dotándolo del potencial que este tipo de novelas traen consigo.
Ha sido, por tanto, una delicia la visita a Edenbrooke y a todos los que habitan sus estancias y alrededores.
Tengan por seguro que no tardaré mucho en volver a visitar sus parajes o las lecturas que Donaldson proponga. Son, sin duda, un aire tradicional del concepto de novela romántica. Y eso, con la vertiginosidad y los ritmos de vida actuales, es difícil de encontrar.
Lo demás, quizás, se lo debamos dejar a otros.
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